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miércoles, 18 de abril de 2012

Los tiempos cambian...también ahora


Los tiempos han cambiado, eso es un hecho. Hace relativamente poco tiempo debíamos recurrir a tiempos pasados para recordar una pieza que fue esencial en la apariencia de a población a lo largo y ancho del globo. Pero dicen que todo es cíclico en la moda, que todo retorna, que todo vuelve. Los sombreros son también uno de esos boomerangs, pero que quizás esta vez hayan llegado para no volverse a ir nunca más. ¿Tiene nuestra sociedad un carácter para volver a acuñar y promover un segundo Sinsombrerismo? Los esquemas se han roto, la libertad se respira de forma profunda, la moda es desgarradamente atrevida… ya no hay ataduras, excusas ni razones. Parece ser que se ha iniciado una tendencia, un fenómeno que empieza a hacerse notar. Páginas, revistas de moda, escaparates. El sombrero ha vuelto a insertarse en todos los lugares y plataformas que marcan las directrices del quehacer social dentro de una comunidad consumista y comunicativa por definición. Ya solo queda que tú apuestes por el hatting.





Por ello intuimos que historias como estas, que leíamos cierto día de 2009, en un blog común, de un ciudadano común, no encontrarán cabida a partir de ahora. Porque ya son eso, solo historias.

 ‎"Un sombrero es uno de esos irresistibles caprichos que raramente me concedo. Así que si es otro quien me lo compra, yo encantado de la vida. Una vez me regalaron un sombrero y me lo puse bastante. Era invierno y el sombrero era horrible. Creo que era de mujer, pero a mí me daba igual porque me hacía ilusión llevarlo. Al fin y al cabo no lo había elegido yo. Fue en un amigo invisible y creo incluso que hubo una equivocación ya que no escribimos nuestro nombre en el papel sino otra cosa más difícil de acertar que no recuerdo. Había una mayoría de chicas así que a mí me tocó recibir al final el sombrero ese. Recuerdo que me tapaba las orejas y me las mantenía calentitas. También mi amiga Sara me regaló un gorro verde cuando llevaba el pelo afro. En él escondía mis rizos y cuando me los corté, el gorro me quedaba enorme y me cubría toda la cabeza [...]
me he comprado un sombrero recientemente y porque cuando soy yo quien lo compra, no me lo pongo. Curioso fenómeno. No es la primera vez que me pasa. En Londres me compré uno que sólo me puse una vez. Incluso lo tuve en Glasgow y nunca lo usé. Al final lo abandoné en mi piso escocés cuando me mudé de nuevo a España. Quizás lo usa alguien hoy en día, no lo sé. Era bastante chulo, la verdad. [...]
Confío en que no me pase con mi actual sombrero como con mi sombrero de Londres. Ahora mismo tengo la excusa del calor. Ya veremos en otoño qué ocurre. Yo quiero ponérmelo pero es que tengo miedo a no saber combinarlo o a llamar demasiado la atención. Si por mi fuera, lo llevaría todo el día. Me entra tan bien, me acaricia la coronilla. Pero luego está la sociedad y todo eso. ¿No debería tenerlo ya superado?
Para mí, encontrar un sombrero que me guste es como encontrarme a mí mismo. Típico delirio frívolo. Lo miro al pobre dentro del armario y me veo en él. Hay un libro de un psiquiatra llamado Oliver Sacks que cuenta, entre otras, la historia de un hombre paciente suyo con problemas de percepción que al marcharse de su consulta cogió su sombrero de la mano e intentó ponerse a su mujer en la cabeza. Si eso puede ocurrir, yo me pregunto: ¿puede uno confundirse a sí mismo con un sombrero? Cualquier día mi nuevo sombrero saldrá a pasear mientras yo me quedo en casa llenándome de polvo dentro del armario. Porque el mundo es lo que tú piensas que el mundo es. Mi sombrero es hoy lo que corresponde a la pobre visión de mí mismo. Si pensabais que el señor del chiste era triste, fijaos en mí. Ya no soy ni una cabeza: me he quedado en sólo el sombrero."

Gracias por leernos, ¡hasta la próxima Hattings!



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